Traumas, inseguridades y miedos
tenemos todos.
El tema es encontrar una
estrategia que nos permita capear el terreno y salir victoriosos.
Pero ello no se logra sin
esfuerzo y disciplina; es necesaria una continua rutina de trabajo y un coraje
mayúsculo para no reincidir en la melancolía.
La melancolía es una necedad del
espíritu que te atrasa, no te deja
avanzar.
El exitismo puede ser bueno
cuando te faltan galones para llegar a la meta, dado que impulsa
a tu ser a mejorar y obtener tu
objetivo con aguerrido ímpetu y fuerte convencimiento que la meta es tuya y que
puedes lograrlo.
No obstante, el exitismo es malo
cuando lo asocias con honores y privilegios, eso te transforma en un ser
vanidoso, displicente, altanero y superficial.
La directriz de tu cabeza debe
apuntar en la órbita del destino hacia un norte posible más allá de tus
talentos naturales, debes desarrollar potencialidades emocionales que
equilibren tu cerebro con el norte que
trazaste o de lo contrario, estarás perdido en el espacio para siempre.
No todos nacimos para ser
emperadores, monarcas o reyes pero podemos ensayar ser soberanos de nosotros
mismos. Esto no lo enseña la literatura, lo aprendes a través de la vida.
Los que nos depara el futuro
nunca lo sabremos, pero al menos podemos prepararnos para cualquier
contingencia y en eso consiste la preparación intelectual, el ejercicio del
deporte, la interacción con nuestros pares, el compromiso social, la vida
familiar y el apego a valores humanos que posibilitan el lazo comunitario.
Ser más chico o más grande es una
cuestión semántica, lo importante es involucrarse y ser partícipe del mundo,
que nos regala, día a día, la posibilidad de crecer y contribuir con nuestro
granito de arena a la formación de una sociedad que nos cobija y nos abraza.
Para todo eso, debemos entender que siempre hay un orden y respetarlo como es.